La hegemonía del discurso, en determinados ámbitos sociales, puede provocar la censura de los individuos de “estatus débil”, con temas que son tabú, sensibles o de poco tacto, propiciado por grupos de orden jerárquico mayor. Así se conforma lo que se denomina “minoría ruidosa” y “mayoría silenciosa”.
Si bien la comunicación se da en todos lados, ésta, con su objetivo de lograr un reconocimiento de los demás sujetos comunicativos, posee mayor oportunidad de alcanzarlo haciéndose notar. Las respuestas a la notoriedad pueden ser diversas, incluyendo la indiferencia entre ellas. En este sentido, cabría indagar cómo se imponen los discursos sociales para lograr la hegemonía, pero resultaría muy amplio. Por lo tanto, sigamos con la suposición de que este fenómeno ya está dado.
El Arzobispo de Westminster, Francis S. Bourne, ha demostrado que la tendencia está en función del estatus que el individuo tiene dentro del grupo. Los que poseen un estatus débil tienden a conformarse con las normas y por tanto a aceptarlas, por lo menos en su comportamiento público. Los miembros del grupo con un estatus medio, reaccionan y piensan, tanto en público como en privado, en conformidad con el grupo, donde se sienten plenamente integrados y lo que es más importante, parte de él.
Nos enfoquemos en el de estatus débil y supongamos este ejemplo: Nos encontramos en una facultad de tendencia izquierdista donde el profesor propone cubrir un evento social formando equipos de 3 personas. Los que se reúnen no se conocen unos con otros, pero comparten la particularidad de tener un pensamiento de derecha sin saber que los otros también lo poseen. A la hora de elegir el acontecimiento, el primero, pensando que sus compañeros son de izquierda, propone cubrir una marcha feminista sin estar de acuerdo con apoyar éste tipo de hechos, pero pensando que caerá bien en el grupo; el segundo acepta la propuesta suponiendo que el resto es partidario del movimiento; y el tercero, en desventaja con los demás, acepta de igual manera.
Lo que sucede con este ejemplo es que tres individuos tuvieron que recurrir a la autocensura por miedo al linchamiento simbólico de los demás, pero por una tolerancia represiva propiciada por el discurso hegemónico que predomina en un grupo mayor, que es la facultad en sí. En definitiva, terminaron siendo “idiotas útiles” de una causa que ninguno tolera y siendo conscientes de ello.
Por supuesto que esto no tiene porqué darse así. El primero podría haber propuesto cubrir un partido de fútbol y todos estarían de acuerdo sin mayores complicaciones. Pero de lo que se trata aquí es de graficar la situación para su mejor comprensión. Por otra parte, no olvidemos que estamos hablando de los sujetos de estatus débil.
Pongamos otro ejemplo: supongamos un asado donde se encuentran diez personas. Dos de ellas son parte del movimiento feminista y comienzan a hablar sobre la violencia simbólica contra la mujer. Los otros sujetos simplemente escuchan sin opinar nada al respecto porque suponen que el resto de los integrantes está de acuerdo con lo que se habla. Esta actitud de silencio se contagia entre todos, otra vez por miedo a las represalias del resto del grupo, por más de estar en contra de todo lo que se dice, una vez más los actores reprimen su opinión por miedo a lo que ellos creen que es, “la mayoría”. Quizás, si alguno se hubiese animado a opinar lo contrario, el resto de esa mayoría silenciosa hubiese expresado sinceramente lo que piensa, pero este no es el caso. Y si lo ponemos en acciones reales, es algo que sucede a menudo.
Este tipo de situaciones se ven bien reflejadas por la politóloga Elisabeth Noelle Neumann en su libro La Espiral del Silencio. Aquí, se estudia cuál es el efecto de la opinión pública sobre los individuos de una sociedad. Según ella, cuando una mayoría comparte una opinión sobre cierto tema, el individuo, por miedo al rechazo de los demás, decide aceptarle y formar parte de ella, sin estar de acuerdo con lo que se está pretendiendo. Todo esto en muy resumidas cuentas.
Si bien no se expone a la mayoría silenciosa en sí, puede ser analizado en términos comunicacionales teniendo en cuenta que el individuo puede llegar a creer que lo que más resuena en todos lados, es lo que gran parte de la sociedad piensa, sin necesariamente que esa sea la opinión mayoritaria, sino la dominante. Según expone Neumann, los medios son decisivos para la consolidación de la opinión pública dominante, estos brindan las herramientas para que la sociedad debata exponiendo los argumentos a utilizar.
Para que este fenómeno se dé, son necesarios tres puntos clave:
- El tema debe tener un aspecto moral;
- Hay un actor de tiempo o aspecto dinámico de opinión pública;
- Y la cobertura de los medios de comunicación en consonancia.
Si observamos con detenimiento lo que los medios exponen en la actualidad, podremos observar el progresismo reinante y la dictadura de lo “políticamente correcto”. Pero aquí se genera una grieta entre la opinión pública y la opinión publicada, es decir, que lo que los medios muestran sobre determinados hechos sociales, no se condicen con lo que las redes sociales expresan. En otras palabras, hay una crisis de representación de la mayoría silenciosa y se dejan llevar por la minoría ruidosa.
AUTOR: TOMÁS CIVETTA
FUENTE: FUNDACIÓN LIBRE