El giro recto de Macron

Fue un 14 de julio distinto en París el de 2017. Emmanuel Macron había ganado las presidenciales de Francia apenas dos meses atrás y los actos de conmemoración del Día de la República eran su primera gran aparición en la escena de la solemnidad institucional. Para añadirle más interés a la fecha, estaba presente como invitado Donald Trump, que rozaba medio año en el cargo. Ni la presencia del mandatario estadounidense en París ni cómo el dirigente francés buscó agasajarlo fueron casualidad.

La orquesta militar, preparada para la ocasión y formada ante la tribuna de autoridades, comenzó a interpretar un animado popurrí de Daft Punk, un dúo francés de música electrónica tan influyente en los noventa y dos mil como aparentemente incompatible con la interpretación orquestal. Sin embargo, la jugada musical de Macron fue redonda; mientras los altos mandos militares se contoneaban animosamente con Get Lucky, Emmanuel Macron esbozaba en el palco una sonrisa pícara con un Donald Trump de semblante pétreo a su lado, como si fuese ajeno a lo que estaba ocurriendo ante sus ojos.

Si con la música mostraba lo que pretendía ser una nueva concepción del soft power galo, con la invitación del residente de la Casa Blanca evidenciaba que uno de los socios fundamentales de su mandato sería el magnate neoyorquino, a pesar de tener visiones y discursos políticos a priori contrapuestos. Las últimas decisiones del presidente Macron relacionadas con el ataque a Siria tras el uso de armas químicas en Duma ponen precisamente en evidencia la vinculación de los intereses de París a los de Washington. Esto es tan contradictorio como lógico, un conflicto que todos los presidentes franceses han tenido desde que el general De Gaulle abandonase por última vez el palacio del Elíseo.

Gaullismo o atlantismo

La doctrina del general-presidente De Gaulle siempre fue muy clara: Francia debía conservar sus intereses exteriores y una agenda internacional propia sin verse supeditada a los intereses de terceros países, especialmente los de Estados Unidos. Solo así se entienden las reticencias galas de entonces a la OTAN y a una mayor integración del proyecto europeo. No obstante, esta lógica, todavía presente en la política del país, se ha visto desplazada por la perspectiva de seguridad colectiva marcada por la Alianza Atlántica, lo que deja hoy una incongruencia aparente que, no obstante, los últimos presidentes franceses han sabido bascular según conviniese.

El planteamiento de Macron no es muy diferente al que venían siguiendo François Hollande o Nicolas Sarkozy, precisamente porque la doctrina de Trump en materia internacional tampoco ha virado demasiado respecto al rumbo marcado por sus predecesores en el cargo. Sin embargo, Macron ha apostado fuertemente por el proyecto comunitario. Como europeísta convencido, siempre ha dejado clara su visión respecto a la integración europea y sus propuestas son contundentes en esa dirección. Este cambio propositivo del filósofo y banquero contrasta con el rol pasivo que mostraron los dos presidentes anteriores, más preocupados por conservar la posición de París en el tablero europeo que de mejorar el encaje francés dentro de un marco comunitario renovado. Esto, sin embargo, no gusta en Berlín. Durante todos estos años, Merkel tuvo a París como un secundario útil, una muleta en la que apoyarse junto con los poderes europeos de Bruselas y Fráncfort para capitanear el barco europeo, especialmente en el plano económico. Precisamente por ello, Macron ha apostado claramente hacia una mayor integración en un intento de repartir mejor —y a beneficio de París— los principales roles en la comunidad europea. Con todo, en el plano militar conoce sobradamente que no puede contar con la Unión y debe desplegar una iniciativa propia y autónoma.

Sus declaraciones del pasado mes de junio en las que afirmó que no dudaría en intervenir en Siria, aunque fuese en solitario, tras un nuevo uso de armas químicas en el país árabe reflejaban esa voluntad. Tenía sentido, aunque tuviese parte de farol. Esta cuestión, cristalizada en la última crisis química siria, ponía presión sobre Trump para actuar, y esto a su vez permitía que París se adhiriese; una profecía autocumplida. Pero no era la primera vez que ocurría. Ya en agosto de 2013, ante un nuevo ataque químico sobre Siria, Obama amenazó con intervenir directamente y el entonces presidente Hollande no dudó en sumarse al potencial ataque para eliminar la amenaza. Finalmente, Obama reculó, pero el alineamiento de París con Washington permaneció.

Una segunda juventud para Francia

La lógica que se viene siguiendo en Francia es clara: cuanto mejor le vaya a Estados Unidos en el tablero internacional, mejor le irá a París, con la única excepción del Viejo Continente, donde Macron quiere recuperar autonomía en detrimento de los intereses de Washington. Es gracias a esta divergencia por la que el gaullismo y el atlantismo pueden convivir. Pero sería inocente creer que Francia no quiere nada a cambio de apoyar a Estados Unidos en el Mediterráneo —ya sea Libia o Siria—. Su interés más inmediato es, lógicamente, la lucha contra el yihadismo, tanto en Oriente Próximo como, especialmente, dentro del hexágono francés. No obstante, la devolución del favor —o, más bien, su negociación— puede venir por una menor reticencia de Estados Unidos a que la Unión Europea se desacople de la OTAN a cambio de que desde París —o incluso desde Bruselas— se vean más favorablemente los intereses de Washington en otros escenarios.

Uno de estos escenarios en los que ambos revelan un interés creciente es el África subsahariana. Estados Unidos apenas muestra atención cuando los desafíos socioeconómicos, demográficos o conflictivos que presenta la región son gigantescos. Francia, sin embargo, desea profundizar su ya notable presencia en la zona, basada en cierta tutela económica de los países francófonos, además de una presencia militar destacable. Por el momento, esto lo tiene que realizar Francia de manera autónoma, aunque el deseo de Macron sea, previsiblemente, reorganizar la Unión Europea a su favor para instrumentalizarla en la dirección de sus intereses —y, con ella, más recursos disponibles y, por tanto, mayor potencial—.

Es evidente que Alemania está poco o nada cómoda con esta maniobra francesa. La política exterior de Berlín es bastante discreta y su política de defensa, aún menor, sin intereses geopolíticos evidentes más allá del Viejo Continente. Lo que parece claro es que su poder político reside de facto en el poder económico, algo en lo que Francia no puede competir. Pero sí puede tratar de revertir el poder germano a través de la Unión. Eso sí: no va a poder hacerlo en solitario; necesitará de apoyos, tanto dentro como fuera de Europa. Y también en Estados Unidos.

AUTOR: FERNANDO ARANCÓN

FUENTE: EL ORDEN MUNDIAL

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