El fundador de la República Federal de Alemania, Konrad Adenauer, rechazó varias veces pactar una ‘gran coalición’ con los socialistas, porque lo consideraba un engaño a los ciudadanos. Angela Merkel, tan distinta, ya ha firmado la tercera.
Los periodistas solemos convertir el pasado en presente mediante el uso de los tiempos verbales y en ocasiones, muy pocas, la verdad, conseguimos anticipar el futuro.
Los sucesos de Berlín de la última semana han revivido mi columna del sábado pasado sobre el baile de disfraces que es la política partitocrática en Europa Occidental con tal lozanía que podría reproducirla con el siguiente titular: “Ya se lo dije. Vote lo que vote, gobiernan los mismos”.
Con tal de mantenerse en el Gobierno, la derrotada Angela Merkel (casi tres millones de votos y 65 escaños menos que en la anterior legislatura) ha pactado ya el reparto de ministerios y el programa con el mayor perdedor, el socialdemócrata Martin Schulz, que ha restado a su partido 40 diputados y 1,7 millones de votos.
Merkel quería seguir siendo canciller otros cuatro años más y para ello ha cedido ante Schulz, que quería ser ministro para salvarse de la destitución
Ambos, sus camarillas y el Poder tenían que ponerse de acuerdo como fuera. Merkel no quería concluir de esta manera su carrera política: ya lleva 12 años en el puesto y pretende alcanzar los 16 o quién sabe si los 19 años que estuvo en el cargo Bismarck. Y Schulz, a pesar de sus promesas, no estaba dispuesto a salir de la escena bajo abucheos.
En este reparto, quien más ha cedido ha sido la que los periódicos de papel y las televisiones declararon ganadora en cuanto concluyó el recuento. Merkel ha entregado seis ministerios, incluidos Asuntos Exteriores (para Schulz, cuando le prometió a su camarada Sigmar Gabriel que mantendría el puesto) y Economía. Lo importante es que doña Angela conserva la silla.

El programa, de 177 páginas, muestra que la CDU y el SPD, el PP y el PSOE alemanes, coinciden en más del 90% de los asuntos: la ampliación de las facultades de la Unión Europea, el ‘coco’ del cambio climático; la aceptación de la inmigración extraeuropea; la integración de la ideología de género y los castigos para quienes disientan de ella; la reducción de las libertades ciudadanas (vídeo-vigilancia en las calles y supervisión de las redes sociales) con la excusa de combatir el terrorismo islamista; la censura en Internet; el ocultamiento de los delitos cometidos por los ‘refugiados’; la tutela al Gobierno de derechas de Viena (como si Austria volviera a ser una provincia del III Reich); las cuotas por sexos en las empresas; el ataque contra el partido que les quita votos a ambos, Alternativa por Alemania…
Tanto el PP como el PSOE alemanes están a favor de introducir más inmigrantes; sólo disienten en el número.
Sólo hay diferencias de grado, como el número de inmigrantes que entrará cada año en el país, y la oposición del SPD al fraude del empleo temporal.
Al fundador de la Unión Cristiano-Demócrata (CDU) y creador de la República Federal Alemania, Konrad Adenauer, canciller entre 1949 y 1963, en cambio, no le gustaban las coaliciones entre partidos con proyectos opuestos.
Después de las elecciones de 1949, en que la CDU-CSU obtuvo 139 escaños frente a 131 del SPD, Adenauer, según cuenta en sus memorias, dijo a sus correligionarios que “las elecciones habían demostrado que la inmensa mayoría del pueblo alemán no quería saber nada del socialismo en ninguno de sus matices”. A favor de la economía planificada se habían pronunciado 8 millones y a favor de la economía social de mercado 13 millones.
E insistió: “La voluntad de los electores, tan claramente expresada, tenía que ser obedecida; un proceder distinto no podía ser democrático”.
Adenauer se negó a formar una ‘gran coalición’ con el SPD en 1949, porque la creía un engaño al pueblo.
Y añadió otro argumento. Si la CDU y el SPD formaban una gran coalición, “no existiría una oposición enérgica en el Parlamento”. Uno de los motivos del derrumbe de la República de Weimar, en la que los nazis y los comunistas se ponían de acuerdo para derribar Gobiernos sin proponer nada.

Así, Adenauer formó Gobierno con los liberales del FDP (a los que obligó a aceptar la enseñanza cristiana en las escuelas) y partidos de derecha menores. Los alemanes le premiaron con una mayoría absoluta parlamentaria en 1953 y con la mayoría absoluta en votos en 1957.
Además, la ‘economía social de mercado’, hallazgo del sucesor de Adenauer, Ludwig Erhard, creó una sociedad próspera, en la que desaparecieron las enemistades de clase y los obreros disponían de buenos salarios y de pequeñas propiedades. En 1959, el SPD tuvo que renunciar al marxismo.
En los años 40 y 50, los democristianos y los socialistas tenían ideas y programas diferentes. Hoy son dos de las patas del taburete; la tercera corresponde a esos partidos anti-sistema que funcionan como válvulas de escape del malestar popular, como los verdes, en Grecia Syriza y en España Podemos. Y con tal de mantener el taburete en pie, al PP y al PSOE alemanes no les importa regalar la jefatura de la oposición a su detestada AfD.

Sin embargo, los alemanes deben de pensar como Adenauer, pues, según las encuestas, de repetirse ahora las elecciones tanto Merkel como el SPD seguirían perdiendo votos a chorros. En las cuatro legislaturas desde 2005, y salvo que los militantes del SPD voten en contra de renovar la gran coalición, tres habrán sido con el ‘partido único’ CDU-SPD. Aburrido, ¿verdad?
En Austria, copia partitocrática de Alemania, a la ‘gran coalición’ la ha sustituido un Gobierno de derecha
En Austria, hasta ahora copia política de Alemania, el mismo apaño entre socialistas y populares ha funcionado 24 años entre 1986 y 2017. En las elecciones de octubre pasado, los ciudadanos enterraron al partido socialista, y, para salvarse, los conservadores, aceptaron entregarse a un joven Sebastian Kurz. Después de quedar primero en las elecciones, éste negoció un acuerdo con el FPÖ de Heinz Strache con un programa más similar de Donald Trump que al de Merkel.
La formación del nuevo Gobierno molestó tanto a la izquierda que se recibió con manifestaciones de protesta en Viena.
En cambio, nadie va a protestar contra la ya vieja coalición alemana: ni Bruselas, ni la banca ni la prensa progresista, ni la gran empresa, ni la ultra-izquierda violenta, ni los sindicatos. La noria sigue girando y en cada vuelta los cangilones dejan caer millones de euros.
AUTOR: Pedro Fernández Barbadillo
FUENTE: ACTUALL