Uno de los logros más interesantes del Gobierno de Cambiemos, y en especial del presidente Mauricio Macri, es haber confundido a muchos opinadores políticos, económicos y sociales, acostumbrados a ciertos clichés del análisis que, según ellos, les permitían no solo prever, sino también influir en las decisiones gubernamentales.
Fue muy interesante ver cómo decisiones políticas y comunicacionales desconcertaron a quienes pronosticaban un seguro fracaso por no seguir las reglas de la “buena política”. Hubo varios supuestos básicos que fueron cayendo: que toda la política debe girar necesariamente alrededor del aparato peronista; que hay que tenerles respeto sacramental a los aparatos, en especial a los sindicales, porque sin ambos inclusive peligra el Gobierno.
A estos principios sagrados se sumaban otros que venían del campo de la comunicación, tales como que no hay nada más importante que una foto o un comentario en una sección política, que la rosca es más importante que la conversación con la gente, que comunicar bien es usar la cadena nacional o ir a los programas políticos.
Recientemente, hemos visto críticas duras a este modo de gobernar enunciadas por ensayistas subidos a la categoría de oráculos, como José Nun o Beatriz Sarlo. Las más impactantes han sido: “Macri no sabe adónde va” (Sarlo) o “Macri solo sabe poner orden” (Nun); acompañadas de diversos comentarios que demuestran: “No hay un verdadero compromiso con la redistribución del ingreso” (Nun).
En cuanto al primer reproche, el que se refiere al rumbo, parece traer una cierta nostalgia de las proclamas populistas de diverso cuño, desde el fachismo hasta el comunismo, que construían el apoyo popular sobre la base de grandes sueños que, naturalmente, permitían definir amigos y enemigos. Para muchos opinadores es impensable que se pueda construir y sostener poder político sobre enunciados como “bajar la pobreza”, “combatir el narcotráfico” y “cerrar la grieta”, u otros objetivos similares que mostrarían un destino demasiado light para un país tan poderoso como la Argentina. Por el contrario, sería necesario movilizar al pueblo con consignas grandiosas en las que, insisto, siempre hubiese un enemigo agazapado, presto a conspirar para impedir su logro. ¿Desde cuándo la obra pública sin corrupción, la mejora en la productividad, o aun la calidad educativa han construido poder? Por eso, Sarlo y Nun están tan seguros de que este Gobierno de ricos nunca podrá construir una nueva alternativa histórica. Es solo un interregno liberal.
Esa misma simplicidad en el análisis los lleva a afirmar que no hay en este Gobierno una verdadera vocación de transformación social. ¿Cómo puede ser progresista bajarles los subsidios a las clases medias altas de la Ciudad de Buenos Aires para aumentar el presupuesto social a los pobres? ¿O pagarles la deuda a los jubilados pobres? ¿O pavimentar calles del Conurbano? ¿Qué movimiento revolucionario se ha construido sobre semejantes sandeces? ¿Demuestra acaso sensibilidad expandir el crédito hipotecario o haber evitado una crisis cambiaria que multiplicaría la pobreza?
Y para peor, ¿cómo es posible que esas decisiones no hayan sido adornadas con consignas mesiánicas que movilicen multitudes? ¿Es acaso una muestra de sensibilidad social y política preocuparse por la productividad? ¿Cómo se logra la tan anhelada integración federal? ¿Haciendo rutas y trenes que bajen los fletes o firmando reparaciones históricas con las provincias postergadas?
En síntesis, el día que Macri entienda que una buena cadena nacional es más importante que 100 mil tuits, que una plaza llena genera enorme energía para los propios y respeto para los ajenos, que no hay política sin enemigos, que una foto con Moyano arregla cualquier conflicto, que el trabajo hormiga de administrar bien no conduce a nada, entonces ese día podremos decir que este Gobierno de CEO está entendiendo cómo se hace política.
AUTOR: Eduardo Pablo Amadeo
FUENTE: http://institutocirculomss.com.ar