El sector progresista antagoniza el espacio político-ideológico diferenciando a todos aquellos que apoyan y comulgan con su ideología, denominados “tolerantes”, de quienes se oponen a ella, juzgados como “intolerantes”. Por obvias razones, los progresistas se autorepresentan con el sector “tolerante”, fieles defensores y militantes de la libertad de expresión y la diversidad. Pero independientemente de lo que digan, mucho más importante es lo que hacen.
Basándonos en los hechos, ¿qué significa defender y militar la “tolerancia” para un progresista? Significa que cualquier opinión o expresión que no concuerde con las suyas es ofensiva. Por lo tanto y, sin análisis previo, debe ser desvalorizada etiquetando a la otra persona como “machista”, “retrógrada”, “conservador”, “católico”, “facho”, “nazi”, “homofóbico”, “transfóbico”, “islamofóbico”, entre otras. Y si la opinión disidente se manifiesta en las redes sociales, ésta debe ser censurada, atacada y procurar, y si es posible lograr, que al hereje le bloqueen su cuenta o publicación.
El progresismo, paradójicamente autoproclamado abanderado de la “tolerancia” no tolera disidencia alguna y, al mismo tiempo, la intolerancia atraviesa su propia práctica política. Como recientemente lo hemos visto en el Encuentro Nacional de Mujeres: la pretendida “tolerancia” queda opacada por carteles y graffitis con consignas como “soy lesbiana, puta, presa, indígena y voy a cambiar el mundo”, “muerte al macho”, “ni piernas ni brazos, machitos a pedazos”, “machete al machote”, “matá a tu novio”, “la única Iglesia que ilumina es la que arde”, “Dios es gay”, “soy puta, no sumisa”, “hetero muerto abono para mi huerto”, “ante la duda, tú la viuda”, y otras. También se opaca en el desnudarse en la vía pública, romper y destrozar lo que encuentren, intentar incendiar iglesias y atacar físicamente a quienes se les opongan. O más bien como recientemente el movimiento LGTB intentó hacerlo en el Perú, utilizando el sistema educativo para implantar su ideología por la fuerza. También podría definirse en atacar al colectivo llamado “No te metas con mis hijos”. Nombrar a las marchas en contra de la ideología de género como las “marchas del odio”. Y muchísimos más ejemplos, que por extensión del artículo, no haré mención.
Con el fin de no recaer en conceptualizaciones individuales y buscar aquella que remita a nuestro lenguaje cotidiano, citaré el concepto de “tolerancia” según la Real Academia Española (RAE): “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Entonces, ¿realmente representa el progresismo el sector tolerante?
En contraposición y, según la misma fuente, “dictadura” significa: “Régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. ¿No es el accionar progresista, más próximo a esta definición que a la primera?
Nos encontramos frente a una ideología dictatorial y violenta, que utilizando o intentando utilizar el poder coercitivo del Estado, busca instaurar por la fuerza su sistema de ideas forzando a comulgar con ellas y atacando a quienes se opongan. Sin embargo, es necesario dejar en claro que la única violencia legítima, es la ejercida por los mismos progresistas y por sus propias causas e intereses. En caso contrario, consideran al acto como un claro ataque hacia ellos y a la libertad de expresión. Ahora bien, ¿cuál será la causa por la que los progresistas actúan de esta forma?
Para responder recurriré a una frase de la filósofa rusa Ayn Rand: “Los hombres sólo pueden tratar entre sí de dos formas: armas o lógica. Fuerza o persuasión. Aquellos que saben que no pueden ganar utilizando la lógica, siempre han acabado por recurrir a las armas”. La incompatibilidad entre el sector progresista y la imposición lógica-argumentativa-racional, se debe a la incoherencia del mismo sistema de ideas que sostiene.
El progresista se caracteriza por creer en la falacia de que cambiándole el nombre a las cosas, es decir, en la “desconstrucción” del lenguaje, posee la capacidad de cambiar e ignorar la esencia de las cosas a la cual se está haciendo referencia. Hablando específicamente de la ideología de género, dicha incoherencia es identificable de partir del evidente, notorio, y básico error, de otorgarle a los factores culturales y sociales, capacidad de modificar caprichosamente aquello que es establecido y determinado por factores naturales. Los factores culturales son abstractos, son ideas, concepciones, valores, percepciones, variables y subjetivos. Todo lo opuesto son los factores naturales, éstos son físicos, palpables, estables, mensurables, determinados y científicamente objetivos.
Es decir, los factores culturales no tienen capacidad de cambiar o modificar deliberadamente lo determinado por la naturaleza. Si el sentirme y autopercibirme como una mesa o un elefante no me convierte en mesa ni en elefante, ¿por qué el sentirme y autopercibirme del sexo opuesto al que nací me convertiría en lo que por naturaleza no soy? La diferencia inicial, básica, elemental y necesaria entre el hombre y la mujer, se debe a causas biológicas, no ideológicas. Analizando con la lógica progresista otro ámbito de la vida cotidiana, debería ser válido que me autoricen a reiniciar el ciclo escolar por autopercibirme como un niño de seis años.
Fue social y culturalmente aceptado que la raza negra era inferior a la raza blanca y, que pasivamente debía someterse y dejarse dominar por esta. ¿Acaso esta creencia cultural, como cualquier otra, debe tener mayor consideración que la objetividad científica? Ciertos pueblos aborígenes poseían la creencia que la lluvia era una manifestación de un dios, y por tanto debían rendirles rituales, ceremonias y/o sacrificios para que llueva. Esta creencia, ¿explica el verdadero motivo de la lluvia?
Hoy, decir que los hombres son quienes nacen con pene y las mujeres con vulva, puede llegar a ser considerado como una directa agresión a la integridad psicológica de una persona. En algunos países, realmente esto ya constituye un “crimen de odio” y “acto de intolerancia”, por lo cual, es motivo suficiente para que el Estado actúe. Un caso reciente es el de Canadá, que mediante la Ley 89, le permite al Estado quitarles sus hijos a aquellos padres que no acepten la “identidad de género” o “expresión de género” que hayan elegido.
Nos encontramos en tiempos donde decir la verdad ofende, en donde ser lógico y utilizar el sentido común es ofensivo y políticamente incorrecto, y hasta podría a uno ocasionarle problemas. Tiempos en los que impera la subjetividad, la anticiencia, el pensamiento débil y superfluo, el irracionalismo, el escepticismo, la posverdad y el relativismo absoluto. Hoy, toda opinión es válida y correcta, independientemente de lo incoherente, inconsistente o irracional que sea. Todo esto en nombre de una “tolerancia” inexistente que, detrás de sus ropajes presuntamente amables, se esconde una dictadura ideológica en ciernes.
“Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde” G. K. Chesterton.
AUTOR: FABRIZIO ALBA
FUENTE: FUNDACIÓN LIBRE